Siempre me acompañará ese último momento que vi a mi hermano con vida y en el cual tuve qué reprimir mi intención de saludarlo debido a la discordia sembrada entre nosotros por mi padre.
Más me enojó que desde su muerte mi padre haya cambiado su actitud con respecto a mí. Si fue muy cobarde al escudarse tras su hijo y manipularlo para hacerlo partícipe de sus conflictos, fue aún más cobarde al mostrarse amable después de su muerte, como si nada hubiese ocurrido.
La vida de mi hermano fue difícil desde su nacimiento. Tuvo algunos problemas respiratorios y permaneció en el hospital por algunos días. Su mal congénito llamado Síndrome de Moebius era desconocido a finales de los años 70. Muchos asumían que mi hermano padecía algún retraso; en realidad era un niño brillante y con chispa.
La apariencia siempre ha sido un lastre en la sociedad. Se les juzga a las personas por su aspecto y si alguien tiene rasgos inusuales o no se ajusta a los cánones de lo que se considera «normal» se le desprecia o maltrata. Mi hermano fue víctima de abuso desde niño. Recuerdo cuando acompañé a mi madre a recoger a mi hermano después de su primer día de clases en la primaria. Varios niños lo golpearon y se burlaron de él. Afortunadamente mi madre lo sacó de esa escuela y lo metió a una donde esa clase de abusos no eran tolerados. Aún así, mi hermano siempre fue blanco de abusadores a causa de su aspecto.
Hoy pienso en lo difícil que fue no solo para él sino para mis padres. Pero ignoro lo difícil que es saber que un hijo es discriminado. Eso solo lo saben cabalmente los padres cuyo hijo padezca alguna deficiencia. A mí no me queda más que especular torpemente. Solo ahora puedo columbrar lo duro que habrá sido para mis padres también.
Debo confesar que cuando niño también fui abusivo con mi hermano. Me ensañé un poco con él, no por las mismas causas sino porque era parte de mi comportamiento. Hay una etapa en que los niños somos crueles. No intento justificarme sino entender por qué me comporté así con él. Sin embargo esto cambió después y en la adolescencia, al superar la secundaria, fuimos más unidos.
Coincidimos en un par de semestres en la preparatoria; fuimos asignados al mismo salón. Ahí fui testigo directo de las dificultades que enfrentaba mi hermano en entornos sociales y más en una etapa tan crítica. No disfrutamos nada ese periodo. Me produjo la misma sensación que cuando niño, me adentré en una escuela que no era mía para recuperar mi juguete. La diferencia era que este entorno era realmente despiadado y no había un ojo protector en nuestras espaldas.
Solo hay un momento que puedo rescatar de esos días y fue cuando ambos nos fuimos «de pinta». Por entonces exhibían una película de ciencia-ficción, «El Día de la Independencia». Yo era el único que no la había visto pero él tuvo la idea de ir al cine a verla. Es uno de los mejores momentos que atesoro con mi hermano. Debo decir que él era en esencia una gran persona. Como me hubiese gustado que su vida haya sido distinta y que el destino no se haya cebado tanto con él. Definitivamente merecía algo mejor.
Incluso su funeral no fue del todo «afortunado». Debido a su sobrepeso no había ataúdes que pudieran contenerlo. Así que fue velado con su cuerpo envuelto en sábanas. Era impactante verlo así.
Su muerte doblegó drásticamente a mi padre. En este sentido gané un poco de paz pero a un precio muy alto. Al carecer de su aliado principal ya no pudo continuar su ofensiva. De repente se tornó amistoso pero no le di pie a establecer una falsa tregua. Si mi hermano estuviera con vida lo seguiría utilizando como hizo durante casi diez años. Y aunque ya no tenía necesidad de defenderme ni debía preocuparme por posibles hostilidades, nada compensa su despreciable proceder mientras mi hermano vivió.
Me entristece recordar a mi hermano. Tanto su vida como su muerte fueron trágicas. Pero debido a la incordia sostenida con mi padre hacia mi durante una década, su muerte me proporcionó un descanso psicológico porque mi padre ya no tuvo en quién apoyarse para agraviarme. No me reporta ninguna dicha que mi hermano se haya ido, pero su repentina partida me benefició: por mi padre la muerte de mi hermano cobró en mi mente un valor positivo. Eso convierte a mi padre en alguien despreciable. A veces me pregunto por qué tengo un concepto tan negativo del "mundo exterior" si los más grandes ejemplos de ruindad los tuve en casa.
Analizando cómo se dieron los hechos detecté que mi hermano se había abandonado deliberadamente. De repente ya no le preocupaba en absoluto su salud. Nunca atendió ese aspecto de su vida pero desde que obtuvo ese empleo con la familia de mi padre fue más marcada su tendencia a los excesos. Comía mucho y mal y fumaba demasiado. Pienso que mi hermano en algún momento tomó una determinación: la de vivir sin privaciones hasta donde le fuera posible, propiciando así su muerte prematura. A veces las personas toman ese tipo de resoluciones y esa fue la que mi hermano eligió para «saldar cuentas» con la vida por años de infortunios y carencias.
Yo no permití que su pérdida me hundiera. Dos días después me levanté y fui a trabajar. Quería entregarme a la tristeza pero no quise permitirme abandonar el trabajo así que me obligué a seguir adelante. Además pensaba que el trabajo me ayudaría a distraerme. A veces no tenía ánimos de levantarme pero también era peligroso quedarme ahí. Hube de realizar un esfuerzo tremendo para levantarme cada día pero más vale eso que dejarme abatir por la pena porque entonces me sería más difícil superarla.
No hay palabras que consuelen una pérdida. Solo uno sabe qué tan profundo es el dolor que esta nos produce. Solo no hay qué rendirnos por completo al sufrimiento, porque puede esclavizarnos. Creo que la reflexión sobre la muerte es válida y necesaria pero no hay qué perder de vista que la vida sigue teniendo cosas buenas, aunque estas sean pocas.
Tres meses después el dueño cerró el restaurante de imprevisto, colocándonos en una situación complicada pues nunca nos avisó que cerraría. No supe más de él ni del cheff. Solo seguí en contacto con mi amigo Edgar quien pronto se acomodó en una buena empresa. Yo volví un par de meses a mi vieja tendencia a la indiferencia. Me volví a quedar sin dinero y nuevamente comencé a padecer, pero dicha situación ya no me angustiaba tanto. Poco después entré a trabajar en otro restaurante que se ubicaba en la misma zona que el anterior. Ya lo había visto tiempo antes y alguna vez me prometí trabajar ahí si acaso el otro restaurante cerraba, como finalmente ocurrió. Era turno completo y pagaban mucho mejor.
Ahí conocí a quien después sería un buen amigo, Sinuhé, que entró a trabajar el mismo día. También venía de una situación en extremo difícil y platicamos mucho sobre eso. También cayó en una situación límite: quedarse sin nada y ver cómo las cosas le resultaban mal cuando su situación parecía que no podía empeorar. Ambos habíamos padecido un rigor inhumano y nos identificábamos mucho por eso.
No duré mucho ahí pero fue un excelente empleo. Lo abandoné por esa inmutable falta de confianza y esa sensación de incapacidad ante los retos. Pero sigo en contacto con Sinuhé, Edgar y otros amigos mediante redes sociales.
A veces me dejo llevar por la nostalgia y realizo paseos por los lugares en que he trabajado. Casi todos se encuentran en la misma zona. Evocan experiencias en que se me permitió sentirme diferente, integrarme un poco a la corriente de la vida y no ser siempre el compás disidente. En uno de esos paseos me encontré con Montserrat. Me atreví a acercarme a ella y saludarla pero no me recordaba. Fui muy torpe en mi conversación con ella (no podía ser de otro modo) y le causé muy mala impresión. Le habré parecido un loco o un acosador. Pero me hizo bien ese reencuentro que se dio un año después que el restaurante fue cerrado.
Seguir hablando de mi vida desde 2008 a la actualidad sería repetirme. El resto lo he volcado en blogs desde entonces. Tan solo quería hacer una recapitulación al vuelo que posiblemente solo me interese a mí. Desde tiempo atrás sentía necesidad de hacer un repaso general de mi vida y fue un ejercicio saludable. Me frenaba el sentirme inmaduro para ello pero de mantener esa idea no lo hubiera hecho nunca.
No puedo precisar qué he aprendido de todos estos años, sobre todo de la década anterior. Mucha gente me ha señalado cuánto se ha agriado mi carácter. Los más cercanos me han dicho que soy como otra persona (siempre he sido introvertido mas no adusto), que me desconocen. Atribuyen ese drástico cambio a la muerte de mi madre. Por supuesto que eso influyó. Pero la causa de tal cambio se debe más que nada a ese periodo del 2004 al 2008 en el cual se me privó de sentirme parte de algo y se me impuso el sentirme excluido.
Existe la bonita idea de que si uno se propone salir adelante, la vida nos abre sus puertas. Pero no es verdad. A veces nuestros más grandes esfuerzos darán resultados pobres o nulos. Nos toparemos con un desprecio recurrente y notaremos que a pesar de mostrar distinta actitud nuestras circunstancias no cambian mucho, lo cual genera un desgaste interno. Aún así, hay qué ser un poco osado y empeñarse en continuar. Porque la vida no puede ser eternamente desdichada ni uno tan cruel consigo mismo para resignarse a ella.
El proceso de escribir produce mucho alivio. Lo que aquí queda escrito es el mero efecto y quizá no sea tan importante. Pero creo que vale la pena atesorarlo para una lectura posterior. Además me lo debía.
Para que un diario sea honesto debe incluir todas esas experiencias significativas, tanto las buenas como las malas. Aquellas que atesoramos por la dicha que nos brindaron como las que minaron nuestro espíritu. Solo así podrá representar el cuadro de nuestra vida con mayor fidelidad.
Más me enojó que desde su muerte mi padre haya cambiado su actitud con respecto a mí. Si fue muy cobarde al escudarse tras su hijo y manipularlo para hacerlo partícipe de sus conflictos, fue aún más cobarde al mostrarse amable después de su muerte, como si nada hubiese ocurrido.
La vida de mi hermano fue difícil desde su nacimiento. Tuvo algunos problemas respiratorios y permaneció en el hospital por algunos días. Su mal congénito llamado Síndrome de Moebius era desconocido a finales de los años 70. Muchos asumían que mi hermano padecía algún retraso; en realidad era un niño brillante y con chispa.
La apariencia siempre ha sido un lastre en la sociedad. Se les juzga a las personas por su aspecto y si alguien tiene rasgos inusuales o no se ajusta a los cánones de lo que se considera «normal» se le desprecia o maltrata. Mi hermano fue víctima de abuso desde niño. Recuerdo cuando acompañé a mi madre a recoger a mi hermano después de su primer día de clases en la primaria. Varios niños lo golpearon y se burlaron de él. Afortunadamente mi madre lo sacó de esa escuela y lo metió a una donde esa clase de abusos no eran tolerados. Aún así, mi hermano siempre fue blanco de abusadores a causa de su aspecto.
Hoy pienso en lo difícil que fue no solo para él sino para mis padres. Pero ignoro lo difícil que es saber que un hijo es discriminado. Eso solo lo saben cabalmente los padres cuyo hijo padezca alguna deficiencia. A mí no me queda más que especular torpemente. Solo ahora puedo columbrar lo duro que habrá sido para mis padres también.
Debo confesar que cuando niño también fui abusivo con mi hermano. Me ensañé un poco con él, no por las mismas causas sino porque era parte de mi comportamiento. Hay una etapa en que los niños somos crueles. No intento justificarme sino entender por qué me comporté así con él. Sin embargo esto cambió después y en la adolescencia, al superar la secundaria, fuimos más unidos.
Coincidimos en un par de semestres en la preparatoria; fuimos asignados al mismo salón. Ahí fui testigo directo de las dificultades que enfrentaba mi hermano en entornos sociales y más en una etapa tan crítica. No disfrutamos nada ese periodo. Me produjo la misma sensación que cuando niño, me adentré en una escuela que no era mía para recuperar mi juguete. La diferencia era que este entorno era realmente despiadado y no había un ojo protector en nuestras espaldas.
Solo hay un momento que puedo rescatar de esos días y fue cuando ambos nos fuimos «de pinta». Por entonces exhibían una película de ciencia-ficción, «El Día de la Independencia». Yo era el único que no la había visto pero él tuvo la idea de ir al cine a verla. Es uno de los mejores momentos que atesoro con mi hermano. Debo decir que él era en esencia una gran persona. Como me hubiese gustado que su vida haya sido distinta y que el destino no se haya cebado tanto con él. Definitivamente merecía algo mejor.
Incluso su funeral no fue del todo «afortunado». Debido a su sobrepeso no había ataúdes que pudieran contenerlo. Así que fue velado con su cuerpo envuelto en sábanas. Era impactante verlo así.
Su muerte doblegó drásticamente a mi padre. En este sentido gané un poco de paz pero a un precio muy alto. Al carecer de su aliado principal ya no pudo continuar su ofensiva. De repente se tornó amistoso pero no le di pie a establecer una falsa tregua. Si mi hermano estuviera con vida lo seguiría utilizando como hizo durante casi diez años. Y aunque ya no tenía necesidad de defenderme ni debía preocuparme por posibles hostilidades, nada compensa su despreciable proceder mientras mi hermano vivió.
Me entristece recordar a mi hermano. Tanto su vida como su muerte fueron trágicas. Pero debido a la incordia sostenida con mi padre hacia mi durante una década, su muerte me proporcionó un descanso psicológico porque mi padre ya no tuvo en quién apoyarse para agraviarme. No me reporta ninguna dicha que mi hermano se haya ido, pero su repentina partida me benefició: por mi padre la muerte de mi hermano cobró en mi mente un valor positivo. Eso convierte a mi padre en alguien despreciable. A veces me pregunto por qué tengo un concepto tan negativo del "mundo exterior" si los más grandes ejemplos de ruindad los tuve en casa.
Analizando cómo se dieron los hechos detecté que mi hermano se había abandonado deliberadamente. De repente ya no le preocupaba en absoluto su salud. Nunca atendió ese aspecto de su vida pero desde que obtuvo ese empleo con la familia de mi padre fue más marcada su tendencia a los excesos. Comía mucho y mal y fumaba demasiado. Pienso que mi hermano en algún momento tomó una determinación: la de vivir sin privaciones hasta donde le fuera posible, propiciando así su muerte prematura. A veces las personas toman ese tipo de resoluciones y esa fue la que mi hermano eligió para «saldar cuentas» con la vida por años de infortunios y carencias.
Yo no permití que su pérdida me hundiera. Dos días después me levanté y fui a trabajar. Quería entregarme a la tristeza pero no quise permitirme abandonar el trabajo así que me obligué a seguir adelante. Además pensaba que el trabajo me ayudaría a distraerme. A veces no tenía ánimos de levantarme pero también era peligroso quedarme ahí. Hube de realizar un esfuerzo tremendo para levantarme cada día pero más vale eso que dejarme abatir por la pena porque entonces me sería más difícil superarla.
No hay palabras que consuelen una pérdida. Solo uno sabe qué tan profundo es el dolor que esta nos produce. Solo no hay qué rendirnos por completo al sufrimiento, porque puede esclavizarnos. Creo que la reflexión sobre la muerte es válida y necesaria pero no hay qué perder de vista que la vida sigue teniendo cosas buenas, aunque estas sean pocas.
Tres meses después el dueño cerró el restaurante de imprevisto, colocándonos en una situación complicada pues nunca nos avisó que cerraría. No supe más de él ni del cheff. Solo seguí en contacto con mi amigo Edgar quien pronto se acomodó en una buena empresa. Yo volví un par de meses a mi vieja tendencia a la indiferencia. Me volví a quedar sin dinero y nuevamente comencé a padecer, pero dicha situación ya no me angustiaba tanto. Poco después entré a trabajar en otro restaurante que se ubicaba en la misma zona que el anterior. Ya lo había visto tiempo antes y alguna vez me prometí trabajar ahí si acaso el otro restaurante cerraba, como finalmente ocurrió. Era turno completo y pagaban mucho mejor.
Ahí conocí a quien después sería un buen amigo, Sinuhé, que entró a trabajar el mismo día. También venía de una situación en extremo difícil y platicamos mucho sobre eso. También cayó en una situación límite: quedarse sin nada y ver cómo las cosas le resultaban mal cuando su situación parecía que no podía empeorar. Ambos habíamos padecido un rigor inhumano y nos identificábamos mucho por eso.
No duré mucho ahí pero fue un excelente empleo. Lo abandoné por esa inmutable falta de confianza y esa sensación de incapacidad ante los retos. Pero sigo en contacto con Sinuhé, Edgar y otros amigos mediante redes sociales.
A veces me dejo llevar por la nostalgia y realizo paseos por los lugares en que he trabajado. Casi todos se encuentran en la misma zona. Evocan experiencias en que se me permitió sentirme diferente, integrarme un poco a la corriente de la vida y no ser siempre el compás disidente. En uno de esos paseos me encontré con Montserrat. Me atreví a acercarme a ella y saludarla pero no me recordaba. Fui muy torpe en mi conversación con ella (no podía ser de otro modo) y le causé muy mala impresión. Le habré parecido un loco o un acosador. Pero me hizo bien ese reencuentro que se dio un año después que el restaurante fue cerrado.
Seguir hablando de mi vida desde 2008 a la actualidad sería repetirme. El resto lo he volcado en blogs desde entonces. Tan solo quería hacer una recapitulación al vuelo que posiblemente solo me interese a mí. Desde tiempo atrás sentía necesidad de hacer un repaso general de mi vida y fue un ejercicio saludable. Me frenaba el sentirme inmaduro para ello pero de mantener esa idea no lo hubiera hecho nunca.
No puedo precisar qué he aprendido de todos estos años, sobre todo de la década anterior. Mucha gente me ha señalado cuánto se ha agriado mi carácter. Los más cercanos me han dicho que soy como otra persona (siempre he sido introvertido mas no adusto), que me desconocen. Atribuyen ese drástico cambio a la muerte de mi madre. Por supuesto que eso influyó. Pero la causa de tal cambio se debe más que nada a ese periodo del 2004 al 2008 en el cual se me privó de sentirme parte de algo y se me impuso el sentirme excluido.
Existe la bonita idea de que si uno se propone salir adelante, la vida nos abre sus puertas. Pero no es verdad. A veces nuestros más grandes esfuerzos darán resultados pobres o nulos. Nos toparemos con un desprecio recurrente y notaremos que a pesar de mostrar distinta actitud nuestras circunstancias no cambian mucho, lo cual genera un desgaste interno. Aún así, hay qué ser un poco osado y empeñarse en continuar. Porque la vida no puede ser eternamente desdichada ni uno tan cruel consigo mismo para resignarse a ella.
El proceso de escribir produce mucho alivio. Lo que aquí queda escrito es el mero efecto y quizá no sea tan importante. Pero creo que vale la pena atesorarlo para una lectura posterior. Además me lo debía.
Para que un diario sea honesto debe incluir todas esas experiencias significativas, tanto las buenas como las malas. Aquellas que atesoramos por la dicha que nos brindaron como las que minaron nuestro espíritu. Solo así podrá representar el cuadro de nuestra vida con mayor fidelidad.